Este fin de semana en una excursión a la montaña, pude vivenciar de cerca como dos niñas de 10 realizaban una monumental tarea de conteo como base para entablar una relación social de amistad.
Estas dos niñas que no se conocían mucho y que se encontraron bajando juntas una senda llena de escalones, decidieron contar juntas el número de escalones por los que fueron caminando. Esta tarea, que parece tediosa e insulsa, y que seguramente ambas habrían rechazado si hubiera sido sugerida o impuesta por un adulto externo, de pronto se convirtió en un reto de investigación científica que les sirvió como un puente común para poder socializar juntas y crear un acercamiento afectivo.
Las niñas se entregaron con pasión y riguroso método científico a su tarea, apuntando los subtotales en una libreta, contrastando cifras, y midiendo tanto a la bajada (contaron 1396 escalones), como a la subida (1526), y al no coincidir, hablaron de buscar la media, y discutieron las posibles fuentes de error.
Esta entrega al conteo no deja de sorprender a los adultos pero la verdad es que yo lo he observado en más de una ocasión, niñas y niños completamente motivados por contar el número de chapas de la colección de su amigo (hablo de más de 300 chapas!), otros afanosamente contando cuantos días han estado vivos, otros contando cromos, piezas de Lego, tapones, piedras, conchas…. Realmente es una actividad que les suele apasionar sobretodo como reto a realizar en grupo o en parejas, y sobre todo cuando se trata de una cantidad monumental.
Es interesante cuando se dan estas tareas, observar las herramientas que usa cada persona: agrupar de 10 en 10, apuntar subtotales, dejar de decir “ciento….” Y recitar solo las dos últimas cifras, hacer estimaciones previas, etc. Sobretodo también da muchas pistas sobre las cifras que cada persona maneja con comodidad y soltura y cuales no tanto.
Así que, ya sabéis, echadle imaginación y ¡a crear retos de conteo!